F. JAVIER SANTOS
Actualizado: 12/11/2013 02:10h
Más de uno nos preguntamos, tras el recital de Tamar Beraia el sábado, acerca de los motivos por los que esta joven pianista georgiana no pudiese ganar el Paloma O’Shea y tuviera que conformarse con el tercer premio, por muy meritorio que éste fuese. La única explicación quizás se encuentre en que no elude peligros y que, como arriesga descaradamente con tal de no sacrificar su particular discurso musical, alguna vez, tan sólo alguna de vez y muy discretamente, no termina de ser todo lo infalible que este tipo de concursos parecen exigir. Pero sus interpretaciones ganan a cambio en sangre y lo que se presenciamos fue la increíble lección de pianismo de una magnífica, extraordinaria y consagrada intérprete.
Su poderosísima técnica permitió acometer la «Sonata nº 50 en Re Mayor» de Haydn con una convicción conceptual que no admitió réplica y a la que pareció imprimirle cierta dosis de historicismo gracias a los fogosísimos «tempi» de los movimientos extremos y al toque puro, diáfano y totalmente controlado el cual, enriquecido magníficamente por un escrupuloso uso del pedal, encontró la necesaria densidad sonora adecuada para el instrumento del siglo XXI que manejaba.
En la misma línea aunque adaptada al estilo discurrió la «Sonata Op. 14 nº 2» de Beethoven, previa a la interpretación de la fascinante «Chacona en re menor» de Bach-Busoni, abordada ya con rabiosa modernidad en su concepción pianística y con la que logró atrapar a un acongojado auditorio incapaz siquiera de respirar.
Pocas veces el exacerbado romanticismo de Schumann, la locura de sus estados de ánimo y las fugitivas encarnaciones e imágenes de su «Carnaval» fueron tan bien representados como en la versión maravillosamente enfrentada en cuanto a sonido y cambios de dinámica y de tempo que nuestra pianista, gracias a un despliegue de medios apabullantes, resolvió como solamente los privilegiados saben hacerlo y con una implicación personal que le llevó a adoptar ella misma las opuestas y delirantes personalidades de Eusebio y Florestán. El demoníaco «Mephisto Waltz» y la versión de la «Danza del Fuego» —fuera de programa— culminaron una velada que ha sido de lo mejor del Rafael Orozco. Bravo.
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