Tamar Beraia es una de los 12 participantes de la Segunda Fase del XVII Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O’Shea. Fue ella quien cerró los cuatro días de recitales de esta Fase en la Sala Pere-da. Tamar procede de Georgia -una región famosa por su montaña, al igual que Cantabria. Caucaso tam-bién es conocido desde hace siglos por la hospitalidad y el inquebranta-ble espíritu de sus habitantes- y tal vez de allí procede la fuerte perso-nalidad propia de sus pianistas, por ejemplo, Eliso Virsaladze, a quien escuchamos en el X Encuentro de Música y Academia de Santander. Con nuestra interlocutora también recordamos a otra compatriota suya de leyenda: la gran reina georgiana del siglo XII Tamar, cuyo nombre lle-va con orgullo la joven pianista. Tal vez fue este espíritu quien animó a Tamar Beraia presentarse en el Con-curso de Tiflis con la complicada y difícil Harnmerklaviersonate de Bee-thoven, cuando ella tan sólo tenía 17 años: contra todo pronóstico la joven ganó el primer premio. Ahora Tamar Beraia vive y trabaja en Berna, Suiza, rodeada de montañas y gente muy distinta de su Georgia natal, a dife-rencia de lo que ha descubierto en Cantabria, donde la ha sorprendido la calidez de sus gentes

PREGUNTA. – ¿Qué tal te sientes en este concurso?
RESPUESTA. – Me siento como en casa. Aunque no gane, ya ahora he acumulado muchísima expe-riencia positiva, y he aprendido mucho de mis compañeros. Después de los conciertos solemos salir juntos y compartir nuestras impresiones, y me enriquece mucho verlos tocar. Lo raro es que no los considero mis competidores, aunque, claro, todos queremos ganar, ya que esto daría un gran empuje a nuestra carrera profe-sional. Pero lo más importante es que tengo la impresión de que el propio ambiente aquí me hace crecer.

P. -¿En qué piensas cuando te sientas al piano en la Sala Pereda?
R. – Suelo concentrarme en la pie-za, en los personajes que estoy pre-sentando. Ayer tenía en mi cabeza todas las máscaras del Carnaval de Schumann, y también el espíritu español, la profunda emotividad de Al-béniz. Lo más curioso es que aquí no siento estar compitiendo, que en la sala hay un jurado que me escucha y evalúa. Me abruma tanto el ca-lor del público, cómo ellos me reciben y escuchan que simplemente me dedico a tocar. La gente aquí me ha parecido muy cercana y cariñosa, me hace sentir como en casa, en mi Georgia natal.

P. -¿Cómo empezaste a tocar el piano?
R. – Mi madre es pianista, fue ella quien empezó a instruirme cuando yo tenía cinco años, al igual a mi her-mana Natia, quien me lleva un año. Después he seguido los pasos de Na-tia a la escuela Paliaschwili para niños especialmente dotados para la música en Tbilisi (Georgia). Solíamos tocar las dos juntas, pero yo era muy activa, no me centraba: también me encantaba jugar al fútbol con los chavales del patio, y se me daba muy bien. Sólo después de mi primer éxito me he centrado en el piano. Fue después de ganar mi primer Concurso Internacional de Piano de Balys Dva’lonas para jóvenes de menos de 20 años en Vilnius (Lituania). Tenía 9 años, y en las dos fases del Concurso he tocado un programa de 2 horas, llevándome el primer premio. Aquel éxito fue una experiencia increíble, un empujón para centrarme en la música. Desde entonces ya me veía en el futuro como pianista, nunca pensé en otra carrera.

P. -¿Qué tiene de diferente la educación musical en Georgia para haber dado tantos genios de la interpretación?
R. – En Georgia la educación musical se toma muy en serio: si los pa-dres perciben que los niños tienen talento para la música, los enseñan desde muy pequeños a amar el instrumento y a trabajar muy duro. Es una base excelente para desarrollar luego en las escuelas, donde tenemos unos profesores increíbles. Así, mi madre se esforzó por enamorarme del piano. Creo que gracias a ella desde los 8 o 9 años yo ya sabía perfectamente que mi futuro estaba en el conservatorio.

P. -Algunos consideran que piano es un instrumento ‘masculino’ que requiere mucha fuerza, ¿consideras que la tienes?
R. – Por supuesto, una fuerte personalidad es importante: debes tener algo que decir, sin ello mejor no sentarse al piano. Pero a mí no me pa-rece que el piano sea masculino. Se necesita talento, tener una gran voca-ción para la música. También tienes que amar el instrumento, y trabajar muy duro y con una gran constancia. Por cierto, en este Concurso me han sorprendido las excelentes condiciones que tenemos para ensayar y practicar: todo está preparado, sólo tienes que venir y tocar -se ha hecho un gran trabajo de organización.

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